México DF, después y antes de California.

Diez días después de preguntarme si extrañaría California, tenía muchas ganas de regresar a México, había hecho planes para establecerme de una vez por todas. Madurar. También me preguntaba si esos dos meses más allá servirían al final de algo, mientras Dios (mi Dios) esbozaba una sonrisa como burlándose de mi incredulidad, justo en esa semana, de tanta ansiedad y tanto veinte cayendo a mi alrededor, justo cuando V. y yo estábamos en la cocina y yo le decía que había encontrado la paz para no sentir desesperación por encontrar o no encontrar pareja, que si me quedaba sola el resto de mi vida tampoco importaba porque había aprendido a vivir conmigo. Justo en ese momento, Diez días después, conocí a J. y me enamoré, decidí enamorarme otra vez. 

Al principio pensé que quizá haya sido la soledad, tanto tiempo sin poder hablar con nadie de lo que realmente me apasionaba, más de un año sin el calor de un cuerpo, es casi como decir que era célibe, quizá fuer la necesidad, más que el amor. Pero la verdad es que yo no soy así, J. y yo nos enamoramos porque estábamos listos para hacerlo.  Es decir, el amor no pasa así nada más, hay mucho antes de enamorarse de alguien, por muy rápido que parezca, aunque me contradiga, porque no confío en el amor que se da semanas después de terminar una relación con alguien, pero esa es otra historia. Lo que quiero decir, me enamoré porque sé que es una decisión que tomé y la tomé sin miedo.

Lo sentí, me sentí segura y en mi centro, sin temor a estar equivocada, aunque el pánico se apodera de mí cuando pienso en que por fin viviremos juntos y que será en su país. Todo cambió para mí, mis planes ya no serán en México, se cambiarán de locación y quizá se aplazarán un poco más, y eso es lo que menos me preocupa. 

La verdad es que creo que enamorarte en tiempos tan violentos siempre será una bendición, enamorarte de alguien que no habla el mismo idioma y sin embargo logra entender que lo amas y sobre todo, que logro decir la verdad y sé que me entiende, que al besarlo mi cuerpo lo reconoce. Que estoy dispuesta a quererlo y a que me quiera. A respetarlo y respetarme. 

Esos dos meses más, valieron la pena porque sin esos dos meses de ansiedad y tranquilidad, sin esos dos meses de crecimiento interior a solas, jamás hubiera estado dispuesta a enamorarme, ni mucho menos a conocer a alguien más con la humildad con la que acepté conocerlo. Sin esperar nada de él, sin tener alguna expectativa. Aunque algunas personas a mi alrededor estaban más emocionadas que yo, esas mismas personas que me decían que mi edad podría ser un problema, pero no, J. y yo somos de la misma edad. Tenemos ideas en común, solidas, hablamos con confianza, nos escuchamos, reímos y tenemos sexo delicioso. 

Hemos roto paradigmas, propios y estamos dispuestos a estar juntos cuidando el uno del otro, sin olvidarnos de nosotros mismos, eso es un trabajo duro, pero estamos dispuestos.

Esos dos meses más justo ayudaron para que cambiara de planes y me estableciera en otro lugar, como siempre había querido, sin embargo en estos tiempos de violencia enamorarse sigue siendo una bendición para el mundo. 

Amén.


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